En el paciente con cáncer las alteraciones nutricionales trascendentes aumentan la morbimortalidad por favorecer la aparición de infecciones, fístulas digestivas, así como la tolerancia y respuesta reducida a los tratamientos antineoplásicos.
Hoy en día el 90% de los casos de cáncer se relacionan con factores ambientales. Estos pueden ser contaminantes químicos, naturales o artificiales de manera ocasional o inadvertida con diversos elementos influyentes. Además, se estima que el 50% de las muertes es causada por neoplasias relacionadas con la dieta.
Por esto es muy importante tener en cuenta las tres reglas básicas de una alimentación correcta. Las reglas son: comer con moderación, variedad en los alimentos y equilibrio. Además se deben consumir los cuatro grupos básicos de alimentos; como son: vegetales y frutas, cereales, productos lácteos y proteínas animales o vegetales.
Aunque estos buenos hábitos alimenticios no aseguran una disminución en la frecuencia de neoplasias, sí implican cambios razonables y benéficos en el contexto de otras enfermedades, y en un momento dado, se podrían convertir en una dieta ‘anticáncer’, pues una nutrición apropiada puede llegar a reducir los fallecimientos por cáncer en un 35% de los casos.
Solo en el momento en que se inicia el tratamiento contra el cáncer sabremos con seguridad qué efectos secundarios y problemas se presentan en el aspecto nutricional. Podremos evaluar entonces los casos de falta de apetito, cambios en el sabor o en el olor de la comida, estreñimiento, diarrea, boca seca, intolerancia a alimentos lácteos, náuseas, irritación de la boca, irritación de garganta, dificultad para pasar alimentos, vómito y aumento o pérdida de peso, entre otras variables importantes.
Por esto las personas con cáncer a menudo necesitan seguir una dieta diferente a lo que ellas piensan que es saludable.